
San José, Costa Rica – Durante décadas, fue la niña mimada de Centroamérica. Educación pública de calidad, paz sin ejército, estabilidad política en medio de un continente convulso. Costa Rica fue ese raro milagro tropical al que muchos llamaban con orgullo la “Suiza de Centroamérica”. Pero hoy, bajo la superficie verde y sonriente de sus volcanes y playas paradisíacas, algo se pudre: el narcotráfico la está tragando viva.
Ya no es solo una ruta. Es territorio. Es bodega. Es base. Es campo de guerra silenciosa. El informe de Le Monde lo dice sin rodeos: Costa Rica cayó. No en combate, sino en complicidad, omisión y desgaste. El país que una vez sirvió como ejemplo de paz y progreso ahora es pasto del crimen organizado, atrapado entre la cocaína que sube del sur y el dinero sucio que baja del norte.
Un narcoestado en construcción
Las cifras no mienten: más de 900 homicidios en 2023, una cifra histórica y aterradora para un país que solía presumir de tranquilidad. El crimen ya no ocurre en los márgenes: está en las calles céntricas de Limón, en los barrios de clase media de San José, y hasta en las costas turísticas donde se codeaban surfistas y mochileros europeos.
El modelo narco que antes parecía exclusivo de México o Colombia, ya tiene acento costarricense. Jóvenes sin oportunidades se convierten en sicarios. Empresas «fantasma» lavan dinero con fachadas de éxito. Oficinas públicas y cuerpos policiales enfrentan la infiltración como quien lucha contra el moho: constante, invisible y destructivo.
Una violencia que aprendió a disfrazarse
El narco en Costa Rica no grita. Sus asesinatos no son espectáculos, son mensajes. Balas con destinatario claro, silencios comprados, testigos que desaparecen. Ya no se necesita una guerra visible para controlar territorios; se necesita una red. Y esa red, tejida con dólares y miedo, está funcionando.
El periodista de Le Monde lo describe con crudeza: la democracia costarricense está bajo amenaza, no por golpes de Estado, sino por la descomposición social acelerada. Lo que alguna vez fue el bastión de la educación y la ecología ahora es el paso obligado de cargamentos de muerte disfrazados de bananos o café.
La respuesta institucional: entre la impotencia y el show
El gobierno intenta dar golpes de efecto: más policía, más escáneres en puertos, discursos duros. Pero mientras el Estado reacciona, el narco se anticipa. La falta de una política estructural de seguridad pública se suma a un sistema judicial lento, desbordado y cada vez más vulnerable.
Las cárceles están al borde del colapso. Las comunidades más golpeadas piden respuestas. Pero la política sigue en piloto automático, discutiendo el pasado mientras el presente se desangra. Y todo mientras los carteles extranjeros ven en Costa Rica un paraíso, no solo por sus playas, sino por sus debilidades institucionales.
El fin de la inocencia tica
Costa Rica ya no puede sostener la imagen de país pacífico mientras el narco avanza con paso firme y mirada fría. El daño no solo es físico: es simbólico. El país que exportaba paz ahora exporta droga. El país que educaba jóvenes críticos ahora entierra adolescentes armados. El país que no necesitaba ejército hoy necesita blindarse desde adentro.
Y aún así, hay quienes resisten. Líderes comunales, periodistas, fiscales valientes. Pero la batalla es desigual, porque no se trata solo de balas: se trata de un sistema que ha comenzado a ceder. Como un dique con grietas invisibles, Costa Rica resiste, pero ya no es invencible.
Porque cuando el narco te transforma de excepción a estadística, de vitrina a trinchera, es entonces cuando el mito se derrumba y queda la realidad: dura, violenta y profundamente decepcionante.