
Su nombre de pila es Jesús Ramos-Villalobos, pero en el mundo del crimen se le conoce como “Bala”, un apodo que infunde miedo en los corredores del narcotráfico. Este operador del Cártel de Sinaloa, buscado por las autoridades de Estados Unidos por tráfico masivo de fentanilo, cocaína y metanfetamina, fue capturado en la República Dominicana, mientras llevaba una vida aparentemente tranquila en el paraíso turístico de Punta Cana.
La Detención de “Bala” no fue un hecho aislado. Fue el resultado de una operación internacional minuciosamente orquestada por la DNCD, en conjunto con agencias estadounidenses. El sicario, que logró evadir durante años los radares de la DEA, fue localizado y arrestado cuando menos lo esperaba. EE.UU. lo tenía en la mira desde al menos 2016, año en que lo identificaron como una pieza clave en la maquinaria transnacional del narco, implicado directamente en el envío de toneladas de droga hacia el norte del continente.
Aunque su rostro no era conocido públicamente, las agencias de seguridad sabían perfectamente quién era. “Bala” no era cualquier emisario del cartel: era un operador logístico, un hombre que movía mercancía y dinero sin dejar huella, protegido por una red de complicidad en varios países. Su detención representa un duro golpe al Cártel de Sinaloa, ya que era uno de los engranajes que garantizaba el flujo constante de opioides sintéticos hacia EE.UU., contribuyendo a la devastadora crisis del fentanilo.
Ahora, el destino de “Bala” está sellado: será extraditado a Estados Unidos, donde enfrentará cargos por conspiración para traficar sustancias controladas. El Departamento de Justicia ya tiene listo el expediente, y fuentes aseguran que las pruebas son aplastantes. Su captura no solo desenmascara la presencia del narco en lugares inesperados como República Dominicana, sino que también deja claro que la sombra del Cártel de Sinaloa es global… y sus tentáculos, más largos de lo que muchos imaginaban.