
Un escándalo sin precedentes acaba de explotar en el corazón de la Armada Nacional de Colombia. Lo que por años fue una institución de respeto, hoy queda manchada por una red de narcotráfico y lavado de activos operada desde sus propias entrañas. Catorce personas fueron capturadas, de las cuales siete eran miembros activos de la Armada, incluyendo tres oficiales y dos suboficiales. La organización criminal funcionaba bajo el liderazgo del teniente de navío Julián David Mosquera, y tenía como cómplice clave al exfuncionario Juan Manuel Pérez.
La operación delictiva se extendía desde el Pacífico hasta el Caribe colombiano, usando información clasificada sobre movimientos de unidades navales y aéreas de Colombia y Estados Unidos para proteger cargamentos de droga. A cambio de millonarios sobornos, los implicados ofrecían «corredores seguros» en alta mar para lanchas rápidas, semisumergibles y hasta buques contaminados con cocaína.
Los uniformados implicados no solo facilitaban rutas, sino que también sobornaban a otros funcionarios para que ignoraran el zarpe de las embarcaciones cargadas con droga. Todo esto se coordinaba desde Bucaramanga, que funcionaba como centro de operaciones, donde se reunían los mafiosos, los oficiales traidores y los nuevos reclutas. Incluso llegaron a tener reuniones dentro de instalaciones oficiales, como el casino de la Escuela de Suboficiales en Barranquilla.
Gracias a la infiltración de agentes encubiertos, la Fiscalía logró documentar los precios de esta traición a la patria: 30 millones de pesos por una lancha rápida y hasta 50 millones por un semisumergible. Todo se coordinaba por Signal, una red social conocida por su alto nivel de encriptación, lo que dificultaba el rastreo de las comunicaciones entre los narcotraficantes y sus cómplices en uniforme.
Para lavar el dinero sucio, la red utilizaba la imagen de un cantante de música popular, con el objetivo de hacer parecer que las millonarias sumas provenían de conciertos o eventos. El expediente revelado expone una mezcla perversa de música, drogas, traición y corrupción militar que amenaza con hundir la credibilidad de una de las instituciones más emblemáticas del país.
Colombia asiste, atónita, al despliegue de una verdadera narcoestructura con charreteras. El escándalo apenas comienza.