
La frontera tiembla bajo las botas de los kaibiles.
En los bordes más calientes de Guatemala, donde el crimen organizado, los migrantes y el olvido estatal se cruzan sin pedir permiso, el Gobierno ha decidido hablar en el único idioma que entienden los fantasmas del contrabando: el del acero, el sudor militar y el disparo certero. La estrategia se llama “Cinturón de Fuego”, y su símbolo no es una bandera ondeando ni un diplomático saludando, sino un kaibil empapado, con el rostro endurecido y el dedo al borde del gatillo.
A solo pasos del río Suchiate, en San Marcos, el aire ya no huele solo a humedad y tierra mojada, huele a tensión. Los 132 kilómetros de frontera que alguna vez sirvieron de atajo para las lanchas del narco y los pasos clandestinos de miles de migrantes desesperados, ahora son territorio militarizado, escenario de un despliegue que tiene al Ejército marchando a ritmo de combate y sin presencia civil a la vista. La consigna es clara: cerrar el paso, cueste lo que cueste.
Patrullas sin compasión
Los kaibiles no son soldados comunes. Son máquinas entrenadas para resistir el infierno y devolver fuego. Su ley es la obediencia sin duda, su escuela la brutalidad. En la selva aprendieron que la debilidad se paga con la vida. Su lema es una amenaza en sí mismo: “Si retrocedo, ¡mátame!”. Ahora se los ve caminando por veredas, irrumpiendo en callejones, sin la sombra de un policía civil que modere la fuerza. Ni derechos humanos, ni cámaras, ni testigos.
Este mismo lunes, mientras el presidente Bernardo Arévalo ofrecía desde Uruguay un discurso en defensa de la migración como un derecho humano, sus tropas más feroces se desplegaban con rifles listos para frenar a quien intente cruzar la frontera. La contradicción es abismal: ¿cómo conciliar el discurso humanista en el exterior, con la militarización total del territorio en casa?
La presión del norte
No es coincidencia que esta demostración de fuerza venga justo un mes después de la visita del secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, quien dejó claro que Guatemala debía contener el flujo de migrantes y drogas o enfrentaría sanciones: adiós a la ayuda, hola a los aranceles. Ante la amenaza, el Gobierno de Arévalo eligió responder con cañones.
Y es que en la región, la historia ya ha dictado su veredicto: los países pequeños no negocian, obedecen o pagan. Por eso, mientras Washington exige resultados, Guatemala despliega soldados de élite que, según organismos internacionales, aún cargan el estigma de crímenes de guerra, como la tristemente célebre Masacre de Las Dos Erres.
Tierra de nadie, ley de kaibil
En las comunidades fronterizas, la presencia del Ejército es palpable. Pero más que tranquilidad, genera miedo. Aquí no se hace diferencia entre migrante y criminal; todos se enfrentan al mismo fusil. El coronel Juan Ernesto Celis, kaibil al mando, asegura que los soldados fueron instruidos en derechos humanos. Pero los antecedentes son pesados, y las patrullas sin acompañamiento civil siembran más dudas que confianza.
San Marcos, Ocós, Chiquimula… los puntos calientes están ardiendo bajo el “Cinturón de Fuego”. Las fronteras ya no son líneas invisibles. Son trincheras.
¿Seguridad o represión?
La intención oficial es detener el narcotráfico. Pero las voces críticas alertan que esto podría ser el inicio de una política fronteriza de mano dura, que normalice el uso de tropas entrenadas para la guerra en tareas migratorias. El miedo no solo cambia de ruta: se instala, se institucionaliza.
Guatemala ha elegido blindarse. Pero el acero no discrimina, y los fusiles no preguntan por razones. En la frontera norte ya no se escucha el rumor de pasos apresurados; solo el crujido de botas y el chasquido del seguro al alzarse. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para complacer a Washington? ¿Y quién pagará el precio cuando ese fuego se devuelva?
Porque cuando la frontera se convierte en campo de guerra, la paz se queda del otro lado del río.
OCÓS, GUATEMALA – El Gobierno del presidente Bernardo Arévalo ha desatado a sus soldados más letales en las fronteras del país. En un movimiento sin precedentes, ha desplegado a los kaibiles, la unidad de élite más temida del Ejército guatemalteco, para custodiar los pasos fronterizos con México, Honduras y El Salvador. La operación, bautizada como “Cinturón de Fuego”, busca contener el flujo de drogas y migrantes que atraviesan el país rumbo a Estados Unidos.
Los operativos arrancaron esta semana en el departamento de San Marcos, donde soldados fuertemente armados patrullan el río Suchiate y zonas ciegas utilizadas históricamente por el crimen organizado y los coyotes. Se han asegurado 132 kilómetros de frontera, aunque el objetivo final es cubrir los casi 1.000 kilómetros que separan a Guatemala de México. La escena es impactante: kaibiles atravesando ríos, peinando veredas, operando sin presencia civil, y tomando el control total del terreno.
Este despliegue ocurre apenas un mes después de la visita del secretario de Estado estadounidense Marco Rubio, quien presionó a los países centroamericanos para frenar el tráfico de drogas y la migración. El contexto no es casual: EE.UU. ha advertido con retirar ayuda humanitaria, imponer aranceles y suspender programas millonarios si sus aliados no colaboran con sus intereses de seguridad fronteriza.
Pero el uso de kaibiles genera controversia. Aunque el coronel Juan Ernesto Celis, comandante del operativo, afirma que han recibido entrenamiento en derechos humanos por parte de la OIM, organismos internacionales recuerdan con alarma los antecedentes de esta unidad, señalada por masacres como la de Las Dos Erres, donde decenas de civiles fueron brutalmente asesinados durante la guerra civil.
Mientras el presidente Arévalo defiende en foros internacionales el derecho a migrar, en casa blinda las fronteras con tropas entrenadas para eliminar al enemigo sin titubeos. Su lema lo dice todo: “Si retrocedo, ¡mátame!”. En la práctica, el control del territorio ya no está en manos de policías o diplomáticos, sino de comandos forjados en la violencia.
La frontera norte, porosa y olvidada, ahora está bajo férreo control militar. Y aunque la intención oficial es frenar el avance del narcotráfico, la línea entre seguridad nacional y represión se vuelve cada vez más difusa. Las miradas están puestas en Guatemala: ¿es este el precio de cumplir con las exigencias de Washington o el inicio de un modelo fronterizo más oscuro y militarizado en la región?