El turismo en Costa Rica, conocido mundialmente por su “pura vida” y exuberantes paisajes, enfrenta una amenaza silenciosa que podría empañar su brillo: la creciente presencia del narcotráfico. Aunque el país sigue atrayendo a millones de visitantes, la sombra del crimen organizado se cierne sobre las joyas naturales que son el alma del turismo costarricense. Una reciente publicación en The New York Times encendió las alarmas en una industria que parecía inmune a las olas de violencia que han azotado a otras naciones de la región.
El 15 de septiembre, mientras Costa Rica celebraba su independencia, las tranquilas costas del país y sus populares destinos ecoturísticos fueron sacudidos por un reportaje titulado «Cómo un paraíso turístico se convirtió en un imán para el narcotráfico». Para muchos, la noticia no era nueva; los grupos criminales llevan años utilizando las remotas playas y bosques como refugios para sus operaciones. Sin embargo, para los empresarios turísticos, leerlo en un influyente diario internacional fue como un jarro de agua fría.
Uno de esos empresarios, dueño de un hotel en la costa, describe el impacto de la publicación. “Estaba desayunando cuando lo leí, me dio una tos que me quitó el apetito. Me preocupé por si las reservas se caerían”, recuerda con evidente angustia. La noticia no solo lo sacudió a él; pronto, otros colegas comenzaron a llamarse entre sí, intentando tranquilizarse mutuamente: “No es la primera vez que pasa, todo estará bien”, repetían como un mantra, aferrándose a las proyecciones optimistas de más de tres millones de visitantes en 2024.
Las llamadas entre hoteleros, agencias y operadores turísticos se multiplicaron. La preocupación era palpable. La mayoría prefería no hablar públicamente del tema, pues saben que admitir el problema podría ser más dañino que la amenaza misma. Un gerente de hotel en Guanacaste, una región famosa por sus playas y resorts de lujo, confesó en privado que el crimen organizado está ahí, al acecho, utilizando los bosques y las costas como puntos estratégicos. Sin embargo, el miedo a hablar abiertamente del problema ha llevado a muchos a optar por el silencio, protegiendo la imagen de un país que depende enormemente de su reputación turística.
Por su parte, la Cámara Nacional de Turismo (Canatur) trata de mantener la calma. Aunque reconocen el riesgo que representa el narcotráfico, aseguran que, por el momento, no se ha visto una afectación directa en las reservaciones. Shirley Calvo, directora ejecutiva de Canatur, confirma que la inseguridad es una amenaza latente, pero que aún no ha golpeado el corazón del turismo costarricense. No obstante, recalca la urgencia de una estrategia gubernamental para enfrentar esta creciente preocupación.
El Gobierno, mientras tanto, parece evitar el tema. William Rodríguez, ministro de Turismo, se ha mostrado cauteloso al hablar de la inseguridad, prefiriendo destacar los éxitos del sector, que actualmente aporta más del 8% del PIB del país y genera un empleo de cada diez. Pero para los empresarios que lidian día a día con el miedo a un impacto futuro, el silencio gubernamental es alarmante.
Mientras tanto, los turistas siguen llegando. Para muchos, Costa Rica sigue siendo un refugio de paz y naturaleza, ajeno a los problemas que afectan a otros destinos en América Latina. Sin embargo, la pregunta que flota en el aire es: ¿Cuánto tiempo más podrá el país mantener su imagen de paraíso intacta frente a la creciente expansión del narcotráfico?
Costa Rica sigue sonriendo para las fotos de los turistas, pero en las sombras, el crimen organizado avanza. Y aunque por ahora el flujo de visitantes continúa, la industria sabe que basta una chispa para que el delicado equilibrio se derrumbe. La “pura vida” resiste, pero el tiempo dirá cuánto más podrá hacerlo.