
En una operación que parece sacada de una película de guerra, la Armada y la Fuerza Aérea Colombiana dieron un golpe devastador al narcotráfico al incautar nada menos que cuatro toneladas de cocaína en aguas del mar Caribe. La operación conjunta, coordinada desde el Comando Específico de San Andrés y Providencia, interceptó una embarcación tipo Go Fast cargada hasta los dientes con bloques del alcaloide.
El hallazgo se dio a 80 millas náuticas al noreste de la isla de San Andrés, donde unidades de Guardacostas, con el respaldo de aeronaves de patrullaje estratégico de la FAC, detectaron y neutralizaron la embarcación. En ella, tres sujetos de nacionalidad extranjera fueron capturados en flagrancia mientras intentaban ejecutar lo que habría sido uno de los mayores cargamentos del año con destino al exterior.
Según el comunicado oficial, la droga incautada estaría valorada en más de 133 millones de dólares en el mercado internacional, y tenía como objetivo abastecer redes en América Central y Norteamérica. La contundente operación, una muestra de la creciente capacidad operativa de las Fuerzas Militares, evitó la distribución de millones de dosis y desarticuló temporalmente una ruta crítica para el narcotráfico.
Los capturados fueron puestos a disposición de las autoridades competentes, mientras que la embarcación fue escoltada hasta un puerto seguro, donde se llevó a cabo el conteo y destrucción del cargamento ilícito.
El mar Caribe: escenario caliente de una guerra silenciosa entre narcos
Este nuevo golpe reafirma un patrón inquietante: el mar Caribe se ha convertido en campo de batalla entre organizaciones criminales que luchan por el control de las rutas de salida de droga. La zona noreste de San Andrés, donde ocurrió la incautación, es solo una de muchas “plataformas” disputadas por los carteles, que compiten ferozmente por espacios de lanzamiento seguros hacia Centroamérica, México y, en última instancia, Estados Unidos y Europa.
Estas rutas marítimas no solo permiten movilidad veloz con las lanchas Go Fast, sino también mínima exposición y rastreo, lo que las vuelve un botín codiciado en el tablero del narcotráfico internacional. En este contexto, cada incautación no solo representa una pérdida económica para los carteles, sino también un reposicionamiento estratégico de los grupos criminales, que constantemente ajustan sus rutas, cambian puntos de salida y reconfiguran alianzas.
Lo sucedido en el Caribe colombiano refleja una disputa geográfica y logística entre facciones que se adaptan como enjambres ante la presión estatal. Por eso, más allá del decomiso, este operativo desnuda la profundidad del conflicto por el control del mar como corredor del crimen. La lucha no es solo por mover cocaína, sino por quién controla el acceso al mundo desde estas aguas azules que hoy están manchadas por la sombra del narcotráfico.